lunes, 19 de marzo de 2007

Reflexiones de un Androide.

A pie..

Es un camino interminable, o por lo menos eso parece.
El humo del cigarro se desvanece en las caras que cruzo todos los días, a la misma hora, haciendo el mismo trayecto. Pero no siempre son las mismas caras.

Algunas demuestran felicidad pura cuando son las 8:00 a.m.; otras simplemente apatía, y otras, es como si estuviesen estancadas en el tiempo, la mirada perdida y el paso constante, perfectamente sincronizado.

Y yo, yo voy intimidada entre esos vagones de gente, de brazos cruzados y mirándolos a todos de reojo, como si alguien me fuese a señalar. A veces siento que todos están pendientes de lo que hago, de cada paso que doy, de que si tropiezo, alguien va a parar a reírse, pero nunca a ayudarme. Porque es así, porque el Hombre ya no es Hombre, ya perdió su esencia. Porque vivimos en el individualismo del siglo veintiuno, porque acá lo que importa es el bienestar de uno y la superación del mismo. Y nada más..

Y nada más..

Sigo caminando, coloco los audífonos del reproductor de música en mis oídos, por lo menos el paso se hace más entretenido y menos intimidante. Estoy en mi mundo. La música forma una coraza en ese trayecto. Por lo menos, por un buen rato.

Transporte Público..

Me subo al ómnibus, pago mi boleto y mientras tanto, miro hacia el fondo, a ver si encuentro algún lugar vacío. No me gusta viajar parada.
Nada, todo repleto. No queda otra que estancarme frente a un hombre obeso, que ronda en los 45 años, pelado, manos pequeñas y regordetas. Pero lo que más llama la atención, son las gotas de sudor que caen por su frente y el nauseabundo olor a transpiración que él mismo desprende.

Me paro frente a él, el ómnibus colapsa de gente, por lo que voy apretada. Dejo mi mochila en el suelo y la acomodo entre mis piernas, es ahí cuando nota mi presencia. Levanta la mirada hacia mi rostro, y baja los ojos hacia mi pecho, y queda ahí, estancado allí.
Asco, simplemente me da asco. No despegó la mirada por cinco minutos, hasta que, ingenuamente decidí toser. Fue allí cuando este señor despertó de su “trance”.

Siempre analizo a la gente, es un mal hábito que algún día deberé corregir. Básicamente miró a una persona, miro sus facciones, lo que lleva puesto, trato de adivinar su nombre a través de las características que esa persona deja ver. Imagino su edad, que es lo que hace, si viene de trabajar o si va. Hasta que me devuelve la mirada, la cual es fría y penetrante, es ahí cuando me encojo y miro hacia otro lado. Y vuelvo a mirar, pero de reojo. Es como un juego, medio enfermizo, pero juego al fin.

Pero esta vez, me analizaron a mí. Y ahora entiendo el porqué de las miradas penetrantes y frías. Solo que a diferencia de éste hombre, yo no me detengo a observar los pechos de una mujer.

Se desocupa un asiento, es uno de la hilera del fondo, no importa, me quiero sentar y además, no soporto el olor de éste hombre.
Voy hacia allá, casi corriendo y cuando estoy a un paso de subir el escalón y sentarme, a la mujer del asiento de al lado se le ocurre poner una bolsa del supermercado en mi prometedor asiento.

La miro con odio, pero ella me evade. La sigo mirando, pero nada. Comienzo a golpear mis dedos contra el barrote de uno de los asientos, y mantengo firme la mirada.

Me mira y dice :

- “El asiento está ocupado”.

- Por una bolsa de supermercado..

- “Está ocupado”.

- Señora, las bolsas no son personas. No sienten el cansancio en las piernas, ni siquiera van paradas, así que por favor, coloque a su compañera, la bolsa, sobre su falda o en el piso inclusive, porque yo me voy a sentar.

- “Que irrespetuosa que sos” – y quita la bolsa.

- Lo sé, gracias.

La mujer no solo quitó la bolsa, sino que se cambió de asiento a uno que recién se había desocupado. Una desubicada.

Faltaba bastante para llegar a destino, y lo que estaban pasando en la radio del ómnibus me taladraba los oídos, así que decidí escuchar algo de mí música.
“Playing now: Second Skin – The Gits”.
Bien, no tengo que pasar de tema, éste me gusta. Aunque al hombre que tenía al lado parecía no agradarle, por lo menos, su cara reflejaba eso.
Claro! Me olvidaba del detalle de que yo escucho la música a nivel alto, por lo que es muy probable que la persona que esté situada a mi lado pueda escucharlo también.

Soy una molestia, lo tengo asumido.

En la parada que viene me bajo, pido permiso y aprieto el botón de “parada”. El conductor me abre amablemente mediante un sistema de “mover palanca”.
Desciendo y empiezo a caminar, de nuevo. Ingreso al lugar, pero ésta vez, insegura de mi misma, con la mirada de todos sobre mi persona. Camino rápido y con pasos cortos, hago un amague para caer al piso, pero mis reflejos son casi-buenos y lo evito. Me sonrojo y corro hacia el baño. Me miro al espejo, estoy roja. Me lavo la cara y trato de calmarme.

“Son los primeros días, es común. Salí con la mejor cara y socializá. No podés andar sola, no seas anti-social, salí de esa cueva. Te ves bien, si, estás presentable. Dale, andá. Mostrá tu mejor sonrisa – o intentá – y salí adelante..vos podés”.

Salgo del baño y voy directo a la cafetería, pido un café y una medialuna. Me siento en una de las mesas y me dispongo a tomar ese café.
Trato de aparentar que estoy en mi mundo, concentrada en algo importante, por lo que abro mi mochila y saco un libro, el cual me pongo a leer.
No sé por qué tomo el café deprisa, al mejor estilo “estoy apurada, soy un tornado y arraso con todo” y me voy de la cafetería.

Los pasillos y patios están repletos de gente. Algunos como yo, encerrados en su “vergüenza” y otros más extrovertidos, que se hablan incluso con el que se ocupa del mantenimiento de la Biblioteca.
Estoy en el pasillo, prendo un cigarro. Me doy vuelta y me encuentro con un cartel que dice “Prohibido fumar en salones y pasillos. Solo fumar en patios abiertos”. No le doy importancia, nadie lo hace.
Se me acerca una flaca, me toca el hombro y me dice:

-“Disculpá, no sabés leer?”

A lo que le respondo..

- Lo qué?

- “El cartel de prohibido fumar. Hagamos de este espacio un ambiente mejor para todos. Por favor, fuma en el patio”

- Jajajaa! Decíle lo mismo a esos tres que están fumando.

Me miró, frunció el ceño y se fue, tal cual una niña a la que le niegan un caramelo.

Por las dudas, decidí ir al patio, no sea cosa que sea una de las típicas alcahuetas y me traiga a todo el centro docente.

Termino el cigarro. Subo los 24 escalones y me dirijo al salón. Mucha gente, demasiada. Consigo una silla, me siento y no me muevo de ahí.

Tres horas de clase, con un receso de 10 minutos. Tres horas de escuchar a una persona mayor acerca de lo que estudió y tratando de transmitirlo en clase, como un conocimiento importante y definitivo para nuestras vidas. Tres horas de escuchar un murmullo insoportable donde pude deducir que hablaban del rubio que estaba al lado mío, obviamente, eran dos minas.

Tres horas de las cuales, por lo menos una de ellas, se baso en las preguntas banales de una alumna.

Tres horas de convivir con gente desconocida.

Tardé tres horas para darme cuenta que la gente me da asco.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Las mismas dos cosas que te puse en el msn.
Las reflecciones que me quedan sobre tu blog

1)Tengo el mismo habito(es con h?) analizo a las personas,me encanta,y descubri que muchas veces tengo razon y lo que imagine coincide con la realidad
2)Jodete por tener tetas XD XD

Mr. Pablo Honey dijo...

Yo ni me quemo y sigo el manual del Lobo Estepario, odio mas lo que yo hago y mi propia persona de lo que odio a los demás. Let it Be (o Bleed).

Perrito Mozartiano dijo...

Applause.

Anónimo dijo...

Y bue... al principio es un poco como lo describes...luego te haces de amigos, aprendes a querer las pequeñas cosas, las malas y las buenas de nuestra Casa de Estudios...ya veras...
Saludos y buena travesía !!

Anónimo dijo...

Hay muchos días en los que tengo la misma visión que vos sobre las cosas.....